He
releído en estos días, mejor dicho, entre ayer y antes de ayer, el
clásico: Canción de Navidad, de Dickens. He disfrutado siguiendo el
itinerario de la conversión del viejo avaro Scrooge y me he llenado
también de buenos propósitos, como recomendaros que lo leáis también
vosotros.
Para la Navidad: Canción de Navidad de Charles Dickens
He
releído en estos días, mejor dicho, entre ayer y antes de ayer, el
clásico: Canción de Navidad, de Dickens. He disfrutado siguiendo el
itinerario de la conversión del viejo avaro Scrooge y me he llenado
también de buenos propósitos, como recomendaros que lo leáis también
vosotros.
Título: Canción de Navidad
Autor: Charles Dickens
Editorial: Biblioteca Homo Legens, Madrid 2006
Edición bilingüe con prólogo de G.K. Chesterton
No
voy a narrar las apariciones de los distintos espíritus navideños al
descreído y avaro Scrooge, ni su conversión y rectificación posterior
de su vida, sólo narrar algo que le van diciendo todos estos espectros:
la vida está llena de sentido, de alegría a transmitir, de bien a hacer.
Y
una reflexión ante el tullido, hijo de su pasante: ¿Quién eres Scrooge,
para decidir quién ha de vivir o no? Ese tullido es la alegría y la
esperanza de una familia que se desvive en cariño y recibe cariño.
Hoy
hay muchos Scrooges sin arrepentimiento que proponen eliminar del
planeta a los pobres, los enfermos, los niños no deseados, negándoles
así la alegría de la Navidad, pero también la alegría de vivir.
Por
primera vez Papa Noel se hizo visible en la estación de esquí de
Cerler, repartió regalos y prometió más y más nieve. Se constiparon
algunos renos que se quedaron ahí esquiando sin querer seguir viajando.
Aramón facilitó un nuevo grupo de renos al ínclito Papa Noel que sigue
intentando ganarse un hueco en la dura competencia con los Reyes... que
han prometido que, como siempre, estarán con los más pequeños.
Consideraciones en torno a la Sagrada Familia y a su festividad el 30 de diciembre. La familia cristiana debería ser ejemplo de unidad, de comprensión, de paz, de fidelidad. Esa es una tarea de todos los días.
Por la familia cristiana
La solemnidad de la Sagrada Familia ha sido la fecha elegida por la Iglesia Católica en España, para llevar a cabo un signo orante y reivindicativo en favor de la familia cristiana. Ciertamente, hay motivos para preocuparnos y movilizarnos. Ignorar la situación dramática que afronta hoy la familia en España sería del género irresponsable, cuando las rupturas familiares se han generalizado, cuando el seno materno ha llegado a ser el lugar de máximo riesgo para la vida humana, cuando los padres están viendo usurpado su derecho a la educación de sus hijos… En la plaza de Colón, el 30 de diciembre, las familias cristianas se disponen a lanzar un mensaje de esperanza:
1.º Creemos en la comunión de amor matrimonial, fiel e indisoluble: Me permito compartir una reflexión de Kari Johnson Gold, escritora y actriz norteamericana: "Antes era corriente que una pareja siguiera casada «por el bien de los hijos». En cambio, en los últimos treinta años hemos pasado al divorcio «por el bien de los hijos». Damos cómodamente por supuesto que nuestros hijos no pueden ser felices si nosotros somos infelices, pero nunca pensamos que nosotros no podemos ser felices si nuestros hijos son infelices".
Efectivamente, para un matrimonio el divorcio es el fracaso de su proyecto de vida, es una huida de los problemas de relación pendientes de ser afrontados, y es también una de las causas principales de la infelicidad de los hijos.
Los cristianos creemos que el verdadero amor no es el "romántico" e "idealizado", sino el que integra la cruz en la vivencia cotidiana. Solamente quien está dispuesto a morir a su egoísmo, orgullo, vanidad, comodidad, lujuria, avaricia, hipocresía, etc., será capaz de vivir una comunión de amor indisoluble. El hombre (o la mujer) divorciado de su propia conciencia y de la voluntad de Dios, está abocado al divorcio matrimonial. En realidad, la ruptura del matrimonio no tiene lugar sin otras rupturas interiores previas. Es inútil construir encima de lo que está roto. El argumento del "derecho a rehacer la vida", no es sino una forma de autoengaño.
Por ello, ante tanta fractura y tantas heridas interiores, necesitamos la restauración profunda que proviene del amor de Cristo. "La gracia de Cristo es como el cemento que puede unir los fragmentos" (Heinz Kohut).
2.º Creemos en la familia como santuario de la vida: Todavía estamos bajo el impacto de las noticias servidas sobre las intervenciones en las clínicas abortistas de Barcelona y Madrid. Lo que se ha destapado no son casos excepcionales, sino la realidad cotidiana que se esconde tras la cultura de la muerte. No hay abortos limpios y abortos sucios… Simplemente, se trata de vidas humanas sacrificadas por causa de la desesperanza y del egoísmo humano.
Sin embargo, no sería justo que nos quedásemos solamente con el lado oscuro de la noticia. ¿Hemos reflexionado, estos días, en que nuestra vida personal es fruto de la aceptación y la apertura al don de la vida por parte de nuestros padres? Nuestra existencia es un don precioso, recibido y acogido en el seno de la familia, auténtico santuario de la vida.
Nuestros padres no se plantearon que nuestra concepción hubiese sido "deseada" o "no deseada". Ellos comprendían que un hijo no puede ser valorado como un objeto de deseo. Incluso, en el caso de que nuestra concepción hubiera alterado sus planificaciones, ¿qué importancia tenía ese hecho anecdótico para quien piensa que "el hombre propone y Dios dispone"?
3.º Creemos en la familia como escuela de todas las virtudes: Precisamente en este momento en que la familia cristiana está siendo víctima de una inaceptable intrusión, es necesario que sepamos defender nuestros derechos de una manera asociada. La familia está padeciendo intromisiones en el ámbito escolar, en el derecho de los padres a educar a sus hijos conforme a sus principios morales, e incluso en el propio seno de la familia, cuando a éstos se les prohíbe hasta resolver con un azote una rabieta de un niño que no atiende a razones. Hoy más que nunca, la familia cristiana necesita asociarse. He aquí otro motivo, por el cual es importante realizar el gesto público de una gran concentración de las familias españolas, en favor de la familia cristiana.
Más allá del ámbito escolar, la educación de la conciencia de los hijos es una de las tareas fundamentales que tiene lugar en el ámbito de la vida familiar. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: "La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral (…) La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón" (CIC 1784). Mientras que el laicismo imperante condena a nuestra cultura a la orfandad moral y espiritual, la familia cristiana se presenta como la gran esperanza frente a tanta desorientación moral, así como el bálsamo para sanar tantas heridas y carencias afectivas.
¡Bendita Sagrada Familia en la que descubrimos, como en un icono, el rostro de nuestra familia cristiana! ¡Jesús, José y María, velad por la familia en España!
Venid,venid navarricos - villancico - Escuela J. Castejón
Jota navarra y villancico de Castejón.
La Escuelade Jotas de Castejón, saco al mercado las navidades pasadas un Cd titulado, MENSAJE DE NAVIDAD, en la primera pista de esta CD nos encontramos con la música que hace de fondo para este video
xistió en Aragón, como en tantos otros lugares, la tradición de cantar villancicos. Éstos se entonaban en las casas, junto al hogar, y eran canciones de carácter popular y poco elaboradas. Se acompañaban con zambombas, almireces de bronce, tambores, castañuelas, hierrecillos y cualquier objeto que permitiera armar ruido.
Suenen las panderetas
Aínsa
Transcripción musical: G. Garcés. Cancionero popular
del Alto Aragón. Instrumentación, arreglos y transcripción MIDI: A.
Turón.
Evangelio:
Jn 1, 1-18 En el principio existía el Verbo,
y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba
en el principio junto a Dios. Todo se hizo por él, y sin él
no se hizo nada de cuanto ha sido hecho.
En él estaba
la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las
tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
Hubo un hombre enviado
por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos creyeran. No era
él la luz, sino el que debía dar testimonio de la luz.
El Verbo era la luz
verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo. En el
mundo estaba, y el mundo se hizo por él, y el mundo no le conoció.
Vino a los suyos, y
los suyos no le recibieron. Pero a cuantos le recibieron les dio la
potestad de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, que no
han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer
del hombre, sino de Dios.
Y el Verbo se hizo
carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria
como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio
de él y clama: "Éste era de quien yo dije: El que
viene después de mí ha sido antepuesto a mí, porque
existía antes que yo". Pues de su plenitud todos hemos recibido,
y gracia por gracia.
Porque la Ley fue dada
por Moisés; la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo.
A Dios nadie lo ha
visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en
el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer.
La
dimensión humana
Nos
convendrá leer de cuando en cuando este prólogo del
Evangelio de san Juan, para intentar, con la Gracia de Dios, calar
más y más en su sentido, de modo que alcancemos un conocimiento
progresivamente más completo de cómo han sido las cosas
en el mundo –las verdaderamente fundamentales–, y de lo
que somos y podemos llegar a ser por la voluntad de Dios.
Muy
frecuentemente nos invita a la Iglesia a meditar la Sagrada Escritura,
para que incorporemos más en nuestra vida la incuestionable
verdad de que todo procede de Dios: Todo
fue hecho por él, y sin él no se hizo nada de cuanto
ha sido hecho,
nos dice san Juan. Pues, si agradecemos a un amigo un regalo, un favor,
una ayuda... y, de algún modo, nos sentimos obligados con él,
cuánto más nos sentiremos agradecidos y querremos corresponder
a Dios, por quien existimos y es el principio de todo enriquecimiento
ulterior.
Advierte
el evangelista san Juan enseguida, que no todos aceptan esta verdad
ni reconocen a Dios, a pesar de ser la
luz verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo.
Para reconocer a Dios en Jesucristo necesita el hombre una regeneración
peculiar, que equivale a un nuevo nacimiento. Esta es una enseñanza
repetidamente presente en este cuarto evangelio. De diversos modos
y en distintos momentos, recoge el Evangelista palabras de Jesús
con las que afirma que la dimensión vital propia del hombre
no es sólo humana. El Evangelio, la buena noticia que Jesucristo
comunica a la humanidad, es precisamente que, por Él, el hombre
puede vivir un vida superior, sobrenatural: más excelsa que
la meramente humana: Yo
vine para que tengan vida y la tengan en abundancia, declarará
Jesucristo.
No
ha venido el Señor a traernos una vida humana más confortable,
ni tampoco para librarnos de los dolores de nuestro caminar cotidiano,
como si su misión fuera construir para los hombres un paraíso
en la tierra. La "salvación" que Cristo ha traído al
mundo, a la que alude el significado de su nombre –Jesús
es salvador–, es la
libertad de la gloria de los hijos de Dios,
como dice san Pablo en su Carta a los Romanos. Ser hijos de Dios,
aunque por adopción, no en igualdad de naturaleza como Jesucristo,
puesto que somos criaturas, es la consecuencia de acoger personalmente
el Evangelio: a
cuantos le recibieron les dio poder para ser hijos de Dios, a los
que creen en su nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad
de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios.
El
Señor vino a la Tierra, se hizo carne en María y nació
en Belén, y trajo su misma vida para los hombres. La vida cristiana
es la vida de los hijos de Dios, que supone mucho más que unos
comportamientos correctos. No nos basta a los cristianos con cumplir
unas leyes, con ser ciudadanos ejemplares, ni tampoco con sentirnos
a gusto y en paz con todos. Todo esto y más, ¡claro que
es necesario para el cristiano!, pero no basta. Si queremos agradar
a Dios, no es suficiente con ser lo que solemos llamar "una buena
persona": honrado a carta cabal, buen cumplidor en casa y en el trabajo,
muy amigo de sus amigos... porque Dios es verdaderamente Padre nuestro.
Nosotros, por consiguiente, hemos de fomentar un afecto singular del
corazón que debe mover hacia Él toda nuestra entera
existencia. Es el afecto que se afianza y acrecienta en la intimidad
de la oración y en la comunión: En
verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo
del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros.
No
queramos "andarnos por las ramas", ocupados en proyectos cortos, porque
no culminan en Dios como objeto definitivo. Busquemos directamente
agradarle, amarle, haciendo rendir en su honor las cualidades, los
talentos, que hemos recibido de su bondad. Para esto alentaremos muy
a menudo los deseos de amarle con obras, en unos minutos de silencioso
coloquio con Él junto al sagrario, o donde mejor podamos recogernos
en oración.
Nuestra
Madre, como nos quiere, será siempre, si se lo pedimos, la
gran aliada de nuestros deseos por actualizar el sentido sobrenatural
de nuestra vida.