"The
Nativity Story" (titulada en español "Natividad, la historia" o "El
Nacimiento") se estrenó en el Aula Pablo VI del Vaticano el 26 de noviembre de 2006. Esta
súper producción servirá para que en las próximas fiestas recuperemos el sentido real de la Navidad.
La
cinta se produjo por New Line Cinema, uno de los estudios más
conocidos de Hollywood, y presenta la historia del nacimiento de Jesús
desde Anunciación del Ángel Gabriel a la Virgen María hasta la visita
de los sabios de Oriente al Niño Dios.
Rodada en la localidad
italiana de Matera, escenario de La Pasión de Cristo, la película es
protagonizada por la joven actriz Keisha Castle Hughes en el papel de
María. Castle Hughes alcanzó fama mundial en el año 2004 cuando fue
nominada al Oscar a mejor actriz protagónica.
El film fue dirigido por Catherine Hardwicke, el papel de José recayó en el actor
Oscar Isaac. El largometraje también cuenta con la participación de la
actriz iraní Shohreh Aghdashloo, como la madre de San Juan Bautista.
Una alternativa para estas navidades. ¿Qué menos que ver The Nativity?
Una alternativa para estas navidades. ¿Qué menos que ver The Nativity?
Es seguro que podrás encontrar el vídeo y ver estas navidades la película que causó furor en año pasado por estas fechas.
THE NATIVITY (EL NACIMIENTO)
Estas
Navidades tenemos película bíblica: The Nativity History, que cuenta la
historia de José, María y el nacimiento de Jesús. Los escenarios son
los mismos que La Pasión, de Mel Gibson, el pueblo italiano de Matera
(donde Pasolini filmó La Pasión según San Mateo en 1964), con algunas
escenas en Marruecos (en los mismos parajes que se usaron para rodar
Gladiator).
La empresa que pone el dinero a la búsqueda del
público cristiano familiar navideño es New Line Cinema, es decir, la de
El Señor de los Anillos. Y la directora es Catherine Hardwicke, que en
España es conocida por Thirteen, un drama de adolescentes rebeldes de
13 años. Se agradece una visión femenina sobre el misterio de María,
quien sin duda fue madre siendo aún una muchacha judía muy joven (pero
difícilmente podía ser una adolescente muy rebelde).
La actriz
sobre quien cae el peso de interpretar a la mujer más amada de la
historia de la humanidad es la australiana de 15 años Keisha
Castle-Hughes, conocida por su papel en Whale Rider, la inocente niña
maorí que podía comunicarse con las ballenas. Oscar Isaac (The Healer)
interpreta a José.
Los trailers oficiales, pueden verse con fotos y música en la web de la película, http://www.thenativitystory.com
, se presentaron en la convención de libreros cristianos de EEUU. Busca
satisfacer al público creyente y enfatiza el amor y la fe de José y
María. La película incluye la salida de Nazaret, el recorrido por Belén
y personajes bíblicos tales como el rey Herodes, San Juan Bautista y
los tres Reyes de Oriente entre otros.
El guionista es Mike
Rich, (autor de Descubriendo a Forrester, otra historia de redención),
un libretista cristiano de Hollywod. Ha declarado que dedicó once meses
a leer las escrituras, libros relacionados y consultar con eruditos
bíblicos.
Mientras el público apoye estas producciones, la
industria generará un tipo de cultura alternativa a la transgresión y
la zafiedad. En la guerra cultural, se vota en las taquillas.
Hollywood
se traslada este mes al Vaticano para la gala de estreno mundial de
"The Nativity Story", filme centrado en el nacimiento de Jesús. Al
estreno está invitado el Papa Benedicto XVI y, según anunció la
productora de la cinta, New Line, hay "un 99 por ciento de
posibilidades" de contar con su asistencia.
El acto está previsto para el 26 de noviembre en la sala Pablo VI de la Ciudad del Vaticano. Dirigida por Catherine Hardwicke y con Keisha Castle-Hughes
en el papel de la Virgen María, "The Nativity Story" es la primera
película que se estrena en el Vaticano. Junto con el reparto, que
incluye a la también actriz iraní Shohreh Aghdashloo como la madre de
San Juan Bautista, están invitadas unas 7.000 personas.
La
gala de estreno es un acto benéfico, y el dinero recaudado será
destinado a la construcción de un colegio en la villa de Mughar, en las
proximidades de Nazaret, en Israel, y que agrupa una población
multiconfesional. "Es el lugar perfecto para presentar el mensaje
universal de esperanza y fe que transmite esta cinta", dijo el
presidente de distribución de New Line, Rolf Mittweg, en referencia al estreno en el Vaticano.
Si bien este es el primer estreno de Hollywood en la Ciudad del Vaticano, el pasado año el Pontífice y el actor Jon Voight
asistieron a una proyección especial del telefilme "Pope John Paul II"
que se organizó en la Santa Sede previo a su emisión en televisión.
Una preparación de la Navidad, una especie de industria humana, es la Corona de Adviento.
Lo más sencillo es una corona de hojas de abeto, con cuatro velas. Algunos encienden cada domingo de Adviento una, dos, tres y cuatro... además de algún día de especial celebración.
Es un recordatorio doméstico de la fiesta que está por venir. Él, Jesús Niño, es la Luz del mundo, al ver las velas encendidas recordamos al que ha de venir y saboreamos el ambiente de fiesta futuro. También podemos pensar que nuestra vida se debe consumir en el amor a Dios.
Es el Adviento una preparación alegre, pero preparación, purificación para que cuando llame a la puerta y entre, el Niño Jesús encuentre una posada bien preparada.
Autor: . | Fuente: Catholic.net La Corona de Adviento
La corona o guirnalda de Adviento es el primer anuncio de Navidad
La Corona de Adviento
La corona o guirnalda de Adviento es
el primer anuncio de Navidad.
La palabra ADVIENTO es de origen
latín y quiere decir VENIDA. Es el tiempo en que
los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo. El
tiempo de adviento abarca cuatro semanas antes de Navidad.
Una
costumbre significativa y de gran ayuda para vivir este tiempo
es La corona o guirnalda de Adviento, es el primer
anuncio de Navidad.
Origen:
La corona de adviento encuentra sus
raíces en las costumbres pre-cristianas de los germanos (Alemania). Durante
el frío y la oscuridad de diciembre, colectaban coronas de
ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en
la venida de la primavera. Pero la corona de adviento
no representa una concesión al paganismo sino, al contrario, es
un ejemplo de la cristianización de la cultura. Lo viejo
ahora toma un nuevo y pleno contenido en Cristo. El
vino para hacer todas las cosas nuevas.
Nueva realidad:
Los cristianos
supieron apreciar la enseñanza de Jesús: Juan 8,12: «Yo soy
la luz del mundo; el que me siga no caminará
en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la
vida.». La luz que prendemos en la oscuridad del invierno
nos recuerda a Cristo que vence la oscuridad. Nosotros, unidos
a Jesús, también somos luz: Mateo 5,14 «Vosotros sois la
luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en
la cima de un monte."
En el siglo XVI católicos y
protestantes alemanes utilizaban este símbolo para celebrar el adviento: Aquellas
costumbres primitivas contenían una semilla de verdad que ahora podía
expresar la verdad suprema: Jesús es la luz que ha
venido, que está con nosotros y que vendrá con gloria.
Las velas anticipan la venida de la luz en la
Navidad: Jesucristo.
La corona de adviento se hace con follaje verde
sobre el que se insertan cuatro velas. Tres velas son
violeta, una es rosa. El primer domingo de adviento encendemos
la primera vela y cada domingo de adviento encendemos una
vela mas hasta llegar a la Navidad. La vela rosa
corresponde al tercer domingo y representa el gozo. Mientras se
encienden las velas se hace una oración, utilizando algún pasaje
de la Biblia y se entonan cantos. Esto lo hacemos
en las misas de adviento y también es recomendable hacerlo
en casa, por ejemplo antes o después de la cena.
Si no hay velas de esos colores aun se puede
hacer la corona ya que lo mas importante es el
significado: la luz que aumenta con la proximidad del nacimiento
de Jesús quien es la Luz del Mundo. La corona
se puede llevar a la iglesia para ser bendecida por
el sacerdote.
La corona de adviento encierra varios simbolismos:
La forma circular:
El círculo no tiene principio ni fin. Es señal del
amor de Dios que es eterno, sin principio y sin
fin, y también de nuestro amor a Dios y al
prójimo que nunca debe de terminar.
Las ramas verdes: Verde es
el color de esperanza y vida. Dios quiere que esperemos
su gracia, el perdón de los pecados y la gloria
eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante
en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más
estrecha con Dios, nuestro Padre.
Las cuatro velas: Nos hacen pensar
en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al
hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera
caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una
esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las
velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con
cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con
la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro
mundo. Son cuatro velas las que se ponen en la
corona y se prenden de una en una, durante
los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en
familia.
Las manzanas rojas que adornan la corona: Representan los frutos
del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron
el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del
Salvador Universal.
El listón rojo: Representa nuestro amor a Dios y
el amor de Dios que nos envuelve.
BENDICIÓN DE
LA CORONA DE ADVIENTO
En algunas parroquias o colegios
se hace la bendición de las Coronas de Adviento. Si
no sepuede asistir a estas celebraciones, se puede hacer la
bendición en familia con la siguiente oración:
Señor Dios, bendice con
tu poder nuestra corona de adviento para que, al encenderla,
despierte en nosotros el deseo de esperar la venida de
Cristo practicando las buenas obras, y para que así, cuando
Él llegue, seamos admitidos al Reino de los Cielos. Te
lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Todos: Amén. La bendición de Dios,
Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre esta Corona y
sobre todos los que con ella queremos preparar la venida
de Jesús.
PROPONEMOS ESTE ESQUEMA SENCILLO PARA ORAR AL
ENCENDER LA VELA DE ADVIENTO
PRIMER DOMINGO
LLAMADA A LA VIGILANCIA ENTRADA.
Se entona algún canto. Saludo. Guía: En el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Acto
de Contrición. Guía: Reconozcamos ante Dios que somos pecadores. Todos:
Yo confieso ante Dios todopoderoso...
LITURGIA DE LA PALABRA. Lectura del
santo evangelio según san Marcos 13,33: “Estén preparados y
vigilando, ya que nos saben cual será el momento”. Palabra
del Señor. (Breve pausa para meditar) Reflexión. Guía: Vigilar
significa estar atentos, salir al encuentro del Señor, que quiere
entrar, este año más que el pasado, en nuestra existencia,
para darle sentido total y salvarnos.
ENCENDIDO DE LA VELA.
Oración.
Guía: Encendemos, Señor, esta luz, como aquel que enciende
su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del
amigo que ya viene. En esta primer semana de Adviento
queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas
sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen.
Queremos estar despiertos y
vigilantes, porque tú traes la luz más clara, la paz
más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor
Jesús!. ¡Ven, Señor Jesús!
PADRE NUESTRO Guia: Unidos en una sola voz
digamos: Padre Nuestro...
CONCLUSION
Guía: Ven, Señor, haz resplandecer
tu rostro sobre nosotros. Todos: Y seremos salvos.
Amén.
SEGUNDO DOMINGO
ENTRADA. Se entona algún canto.
Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo.
Acto de Contrición. Guía: Reconozcamos ante Dios que
somos pecadores. Todos: Yo confieso ante Dios todopoderoso...
LITURGIA DE LA
PALABRA. Lectura de la II carta de San Pedro 3,13-14: ”Nosotros
esperamos según la promesa de Dios cielos nuevos y tierra
nueva, un mundo en que reinará la justicia. Por eso,
queridos hermanos, durante esta espera, esfuércense para que Dios los
halle sin mancha ni culpa, viviendo en paz". Palabra de
Dios. Breve pausa para meditar
Reflexión Guía: ¿Qué va a cambiar en
mí, en nosotros en este Adviento? ¿ Se notará que
creemos de veras en Cristo?
ENCENDIDO DE LA VELA. Oración.
Guía:
Los profetas mantenían encendida la esperanza de Israel. Nosotros, como
un símbolo, encendemos estas dos velas. El viejo tronco está
rebrotando se estremece porque Dios se ha sembrado en nuestra
carne...
Que cada uno de nosotros, Señor, te abra su
vida para que brotes, para que florezcas, para que nazcas
y mantengas en nuestro corazón encendida la esperanza. ¡Ven pronto,
Señor! ¡Ven, Salvador!
PADRE NUESTRO. Guía: Unidos en una sola
voz digamos: Padre nuestro...
CONCLUSION. Guía: Ven, Señor, haz resplandecer
tu rostro sobre nosotros. Todos: Y seremos salvados. Amén.
TERCER DOMINGO
ENTRADA. Se entona algún canto. Saludo. Guía: En el
nombre del Padre y del Hijo Y del Espíritu Santo.
Acto de Contrición. Guía: Reconozcamos ante Dios que somos pecadores.
Todos: Yo confieso ante Dios todopoderoso... LITURGIA DE LA PALABRA. Lectura de
la Primera carta a los Tesalonicenses 5,23: ”Que el propio
Dios de la paz los santifique, llevándolos a la perfección.
Guárdense enteramente, sin mancha, en todo su espíritu, su alma
y su cuerpo, hasta la venida de Cristo Jesús, nuestro
Señor”. Palabra de Dios. Breve pausa para meditar. Reflexión. Guía:
Los hombres de hoy no verán en persona a Cristo
en esta Navidad. Pero sí verán a la Iglesia, nos
verán a nosotros. ¿Habrá más luz, más amor, más esperanza
reflejada en nuestra vida para que puedan creer en El?
ENCENDIDO
DE LA VELA. Oración.
Guía: En las tinieblas se encendió
una luz, en el desierto clamó una voz. Se anuncia
la buena noticia: ¡El Señor va a llegar! ¡Preparen sus
caminos, porque ya se acerca! Adornen su alma como una
novia se engalana el día de su boda. ¡Ya llega
el mensajero!. Juan Bautista no es la luz, sino el
que nos anuncia la luz.
Cuando encendemos estas tres velas cada
uno de nosotros quiere ser antorcha tuya para que brilles,
llama para que calientes. ¡Ven, Señor, a salvarnos, envuélvenos en
tu luz, caliéntanos en tu amor!
PADRE NUESTRO. Guía: Unidos en
una sola voz digamos: Padre nuestro...
CONCLUSION. Guía: Ven, Señor,
haz resplandecer tu rostro sobre nosotros. Todos: Y
seremos salvados. Amén
CUARTO DOMINGO
Todos hacen la señal de
la cruz. Guía: "Nuestro auxilio es en el nombre del Señor" Todos:
"Que hizo el cielo y la tierra"
Liturgia de la Palabra: Primera
lectura: Rm 13,13-14 "Conduzcámonos como en pleno día, con
dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria ni
desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestios del Señor Jesucristo".
"Palabra de Dios" Todos: "Te alabamos Señor".
Segunda lectura: 2 Tes. 1,6-7
"Es justo a los ojos de Dios pagar con
alivio a vosotros, los afligidos, y a nosotros, cuando el
Señor Jesús se revele, viniendo del cielo acompañado de sus
poderosos ángeles, entre las aclamaciones de sus pueblo santo y
la admiración de todos los creyentes." -"Palabra de Dios" Todos:
"Te alabamos Señor". Guía: "Ven, Señor, y no tardes. Todos: "Perdona los
pecados de tu pueblo".
SE ENCIENDEN LAS CUATRO VELAS Guía: "Bendigamos al
Señor" Todos hacen la señal de la cruz mientras dicen: "Demos
gracias a Dios".
Humildad y gloria El Nacimiento de Jesús
Guía: Lectura del
Evangelio según San Lucas (2:6-7) "Y sucedió que, mientras ellos estaban
allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a
luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le
acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el
alojamiento." "Palabra de Dios" Todos: "Te alabamos Señor".
MEDITACION
La Virgen y San José,
con su fe, esperanza y caridad salen victoriosos en la
prueba. No hay rechazo, ni frío, ni oscuridad ni incomodidad
que les pueda separar del amor de Cristo que nace.
Ellos son los benditos de Dios que le reciben. Dios
no encuentra lugar mejor que aquel pesebre, porque allí estaba
el amor inmaculado que lo recibe.
Nos unimos a La Virgen
y San José con un sincero deseo de renunciar a
todo lo que impide que Jesús nazca en nuestro corazón.
Tiempo
de silencio / Tiempo de intercesión Padre Nuestro / Ave María.
ORACIÓN
FINAL
Derrama Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio
del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para
que lleguemos por su pasión y su cruz a la
gloria de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.
Evangelio:
Mt 24, 37-44 Lo
mismo que en los días de Noé, así será
la venida del Hijo del Hombre. Pues, como en los días que precedieron
al diluvio comían y bebían, tomaban mujer o marido hasta
el día mismo en que entró Noé en el arca, y no
se dieron cuenta sino cuando llegó el diluvio y los arrebató
a todos, así será también la venida del Hijo
del Hombre. Entonces estarán dos en el campo: uno será
tomado y el otro dejado. Dos mujeres estarán moliendo en el
molino: una será tomada y la otra dejada.
»Por eso: velad,
porque no sabéis en qué día vendrá vuestro
Señor. Sabed esto: si el dueño de la casa supiera a
qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría
ciertamente velando y no dejaría que se horadase su casa. Por
tanto, estad también vosotros preparados, porque a la hora
que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.
¡Qué
cierto es que la muerte nos puede sorprender! Aunque en muchas ocasiones
no sucede así y hasta es posible que los médicos se
aventuren a pronosticar cuánto tiempo de vida le queda a un
enfermo y lo más frecuente en nuestros días es que la
muerte sobrevenga a partir de una edad ya avanzada. A nadie le admira,
sin embargo, la noticia del fallecimiento inesperado de personas jóvenes
o de mediana edad, por accidente, por ejemplo, y también por
enfermedad. Quizá sea ésta una de las manifestaciones
más claras e innegables de que no somos señores de nuestra
existencia.
Jesús
parte de esta realidad, que es evidente para todos, y estimula a la
vigilancia. Ese momento –el de la muerte– debe encontrarnos
preparados, pues es para cada uno el momento de encuentro con el Señor
como Juez de nuestros actos. No es la vida del hombre tan sólo
una ocasión, más o menos larga y más o menos
grata, de desarrollo de las propias capacidades. Ni se trata de un
tiempo nuestro, de nuestra propiedad, como si a nadie debiéramos
dar cuenta de su aprovechamiento. Las palabras de Jesús indican,
por el contrario, que al terminar esta vida habremos de responder
de ella y que ese momento se puede presentar de improviso.
Velad,
aconseja el Señor. Así hacemos cuando queremos asegurar
la buena marcha de cualquier negocio. Lo hacemos todos para garantizar
la eficacia de lo que nos traemos entre manos: en el trabajo, en la
vida familiar y social, en la diversión...; sí, hasta
en nuestros juegos. Nos interesa evaluar esfuerzos, tiempo empleado,
gastos... Luego, a la vista del resultado obtenido, quizá advertimos
que todo va bien o, por el contrario, que es preciso modificar de
algún modo nuestra pauta. Y así hacernos, entonces,
como consecuencia. Si actuamos de este modo en casi todas nuestras
ocupaciones, aunque sean de poca importancia, con mayor razón
haremos en las importantes y, sobre todo, en lo que se refiere al
sentido y razón de ser de nuestra existencia. Querremos vivir
permanentemente vigilantes, calibrando si nuestro quehacer contribuye
al desarrollo de la vida en Dios a la que Él nos llama. Será
preciso, pues –al igual que para lo menos importante, y como
aconseja la experiencia–, dedicar algunos tiempos a ese examen
vigilante.
El
interés por vivir la vida según Dios –la única
que vale la pena para el hombre–, que descubrimos más
y más en la oración, impulsa a un examen sobre la realidad
sobrenatural de lo concreto de nuestra vida; y, más en particular,
acerca de los medios que de hecho ponemos en práctica para
que nuestras jornadas sean como Dios espera. Sabremos así lo
que tendremos que rectificar con la ayuda del Señor, ya que
sólo eso está al alcance de la voluntad humana; no propiamente
la santidad misma que es efecto de la Gracia, obra del Espíritu
Santo en nosotros. Dios no niega su auxilio a sus hijos: nos quiere
santos y espera poder otorgarnos sus dones según vamos configurando
la vida nuestra con su querer, que descubrimos en un diligente examen
de conciencia.
¿Cómo
ha sido mi trato con los que me rodean, cuánto recé
por ellos? ¿Agradecí al Señor lo que soy, lo
que me ha concedido por encima de otros seres? ¿Respondo a
esos talentos: a mis condiciones humanas, a los medios materiales
de que dispongo, a la ayuda que se me ofrece? ¿Soy conscientes
de que son dones de Dios para que los haga fructificar? ¿Medito
en oración sobre la realidad sobrenatural de mi vida, me considero
ante todo hijo de Dios?
Preguntas
como estas deberían ser quizá habituales en nuestra
conciencia, sobre todo si por sus respuestas no nos queda claro que
procuramos vivir para Dios. Y mientras examinamos la conducta, tratando
de descubrir en qué mejorar, convendrá no olvidar el
apoyo suave y fuerte que Dios mismo, Nuestro Padre, nos ofrece para
que sepamos concretar de día en día el amor con obras
que espera de nosotros para hacernos santos. Porque no es la vigilancia
que hoy consideramos tarea que deba ser impulsada por el miedo, ni
a duras penas porque nos sentirmos sin las fuerzas necesarias. Nos
resultaría ciertamente imposible si contásemos tan sólo
con nuestras personales posibilidades, pero no olvidemos que la santidad
se forma en los hijos de Dios por las Gracia, tan sencillamente como
el fruto dulce, maduro en un sarmiento, cuando permanece unido a la
vid. Con la misma naturalidad se siente el gozo en la virtud y la
mayor intimidad con el Creador que es Padre.
La
obra de nuestra santificación, siendo natural, será
empresa siempre ardua, pero proporcionada a nuestras fuerzas con la
ayuda de Dios y, por eso, cosa ordinaria. Vigilemos, pues, para descubrir
cómo contar más con el Señor a lo largo de la
jornada, cómo vivir para Él cada uno de nuestros momentos.
No debemos abandonar la actitud de niños e hijos muy queridos
que el Señor tanto nos aconseja. Es precisamente comportándonos
así como resulta fácil la santidad e imposible, en cambio,
de otro modo.
La
Virgen Santísima, nuestra Madre, si procuramos tratarla asiduamente
como hijos pequeños, nos facilita el camino de infancia hasta
Nuestro Padre Dios, ayudándonos a concretar los pasos que cada
jornada van conduciéndonos a la casa del Cielo.
Como en los días de Noé, así será la
venida del Hijo del hombre. Porque como en los días
que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido,
hasta el día en que entró Noé en el arca,
y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio
y los arrastró a todos, así será también la venida
del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo:
uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en
el molino: una es tomada, la otra dejada. "Velad, pues,
porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien:
si el dueño de casa supiese a qué hora de
la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela
y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso,
también vosotros estad preparados, porque en el momento que no
penséis, vendrá el Hijo del hombre.
Reflexión
Entre las múltiples leyendas de
la mitología griega, nos ha sido transmitida la del ave
Fénix. Después de haber sido sacrificada, esta águila real, por
una especial concesión de los dioses, fue capaz de rehacerse
desde sus propias cenizas y recibir el don de la
inmortalidad. Desde entonces, esta ave Fénix es símbolo de esperanza
y de resurrección a una vida nueva, a pesar de
los fracasos más rotundos de la existencia humana.
Es curioso que
los griegos hayan imaginado también esta leyenda, ya que su
concepción de la vida era, más bien, un tanto trágica
y pesimista. Sin embargo, gracias al cielo, nunca han faltado
espíritus positivos en todas las culturas, ya que en el
corazón del hombre anida un anhelo infinito de eternidad, y
le es imposible vivir sin esperanza. Se asfixiaría.
Hace ya
tiempo escuché en la predicación de un santo sacerdote esta
sentencia: “a medida que avanzamos por la vida, tenemos mayor
necesidad de vivir con más esperanza”. He de confesar que
esas palabras me impresionaron, aunque tal vez no tenía por
entonces muchas experiencias personales que ratificaran esa afirmación. A la
vuelta de varios años –aunque todavía soy joven— me he
dado cuenta de esta profunda verdad.
No hay ninguna persona en
este mundo sin sufrimiento. Pero cuando uno, como sacerdote, puede
acercarse al mundo de las almas y penetrar en el
fondo de su corazón, se da cuenta de la inmensidad
de los sufrimientos físicos, morales y espirituales que afligen hoy
a tantos seres humanos. Y creo que nadie como el
sacerdote está mejor dotado para comprender y compartir esos sufrimientos.
Porque el sacerdote no es sólo una persona con un
gran sentido de humanidad; Dios ha querido colocarlo como un
puente entre Él y los hombres para llevarlos a Él.
Por eso, es capaz de amar de un modo puro,
generoso y desinteresado a sus semejantes, de sentir una profunda
simpatía por ellos, de compadecerse de sus dolores, y tratar
de tenderles una mano y ayudarles en sus necesidades espirituales.
Yo no sé si ésta será la experiencia de todos.
Yo hablo por mí mismo y de mi propia experiencia.
Hoy
iniciamos el período del adviento. Y el adviento es, ante
todo, un tiempo de espera y de esperanza. No es
la misma cosa, aunque exista entre ellos un gran parentesco.
Se puede esperar algo o a alguien, y no necesariamente
tener la virtud de la esperanza cristiana. Ésta nace de
una fe en Dios muy intensa, profunda y verdadera, que
nos lleva a confiar ciegamente en su gracia, en su
poder, y a esperar con certeza plena en el cumplimiento
de todas sus promesas.
¿Cuáles promesas? Las que nos ha revelado
en la Sagrada Escritura y a través de nuestra santa
madre, la Iglesia. Es decir, aquellas verdades que confesamos en
nuestra fe y que se hallan contenidas en el credo.
Pero, además, todo aquello que nuestro Señor Jesucristo nos prometió
en el santo Evangelio y en lo que Dios nos
transmitió por boca de sus profetas.
Entre ellos, Isaías es el
gran cantor de la esperanza, el profeta de la esperanza
mesiánica por antonomasia. Y, aunque Isaías profetizó varios siglos antes
de la llegada del Mesías, sus promesas son siempre actuales
y perennes, pues llevan el sello de la eternidad de
Dios.
Hoy la Iglesia nos ofrece estas maravillosas palabras: “En
días futuros, el monte de la casa del Señor será
elevado en la cima de los montes, encumbrado sobre las
montañas y hacia él confluirán todas las naciones. Acudirán pueblos
numerosos, que dirán: ‘Venid, subamos al monte del Señor, a
la casa del Dios de Jacob, para que Él nos
instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas.
Porque de Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la palabra
del Señor’... Él será el árbitro de las naciones y
el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados
y de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada
pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra.
¡Venid, marchemos, caminemos a la luz del Señor!”.
Son palabras que
se refieren a la llegada del Mesías. Pero, al mismo
tiempo, promesas que están siempre en espera de un cumplimiento
definitivo. Con el nacimiento de Jesús en Belén, Dios cumplió
su promesa. Pero aún no hemos llegado a esa bendita
edad de oro anunciada por el profeta. Es la paz
que anhela profundamente nuestro corazón y por la que suspira
todo nuestro ser. Es la paz que poseeremos plenamente en
la vida futura, en donde “ya no habrá hambre, ni
sed, ni caerá sobre ellos el sol ni calor alguno
porque el Cordero, que está en medio del trono, los
apacentará y los guiará hasta las fuentes de las aguas
de la vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus
ojos” (Ap 7, 16-17).
A esa paz llegaremos al final
de los tiempos, cuando Dios “cree unos cielos nuevos y
una tierra nueva, y ya no se recuerde lo pasado...”.
Entonces nos gozaremos en “un gozo y alegría eternas” ante
lo que Dios va a crear para nosotros (Is 65,
17ss).
Pero, para llegar a esa paz y a esa dicha
bienaventurada, tenemos que preparar ya desde ahora nuestro corazón y
tratar de vivir con el corazón en el cielo. Y
con los pies sobre la tierra. Nuestro Redentor está para
llegar esta Navidad, y necesitamos preparar nuestra alma para su
próxima venida.
Hemos de disponer nuestros corazones con la oración
y la vigilancia –como nos recomienda hoy el Señor en
el Evangelio— para poder vivir dignamente, en estado de gracia
y en amistad con Él. Fue éste mismo el consejo
que nos dejó antes de su Pasión: “Vigilad y orad
para que no caigáis en tentación, pues el espíritu está
pronto, pero la carne es flaca” (Mt 26, 41).
Si
vivimos así, nuestra esperanza no será un idealismo utópico, sino
una actitud existencial realista y un comportamiento cristiano personal y
exigente. Así podremos prepararnos dignamente para la doble venida del
Señor: en el tiempo y en la eternidad.
Y entonces
seremos mucho más que un ave Fénix. Seremos como ángeles
y gozaremos de la compañía de Dios, dichosos y felices
por los siglos de los siglos.
Ignacio tenía este villancico en su blog "Este lado de la galaxia"
y se lo he robado, o más bien tomado de prestado porque estaba haciendo
una recopilación de villancicos de Navidad y no supe encontrarlo.